miércoles, 27 de febrero de 2013

El banqueto y la escalera francesa. Elementos auxiliares

El banqueto y la escalera francesa

Una de las imágenes que se resisten a abandonar mi retina de hombre de campo, hombre rural, pastor de ovejas, es la del resinero, tanto en el pinar negral como en el monte arenas, portando sobre sus hombros un artilugio de tres patas, de madera. Sobre una de estas patas había realizado unos cortes o rebajes especiales, con el hacha, lo que le hacía parecerse a una diminuta escalera: era el banqueto.

Confieso que al llegar aquí he estado meditando un buen rato sobre cómo seguir y he pensado lo siguiente: Si se hubiera establecido el premio Nobel al esfuerzo, al campesino esforzado, y me hubieran nombrado jurado único ¿qué habría hecho? Y sólo he podido llegar a una conclusión: dimitir por incapacidad manifiesta.

Y así desde antes del  orto y hasta después del ocaso
En este rato he cerrado los ojos y obligado a mi mente a pasar la película de mis años jóvenes. Al pasar ante mí las imágenes hubo momentos en que me decía; ¡éste es mi premio Nobel! Pero con el fotograma siguiente ya surgía la primera duda. Así una y otra vez, hasta que al llegar al pinar y ver a un hombre cargado con un madero al hombro, la herramienta en la mano, subiendo y bajando montañas de arena, he abierto los ojos y he renunciado.

Esta mañana, como de costumbre, el resinero salió de casa cuando la única luz que iluminaba el polvo y los baches de las calles de Camporredondo era la proyectada por las bombillas de 15 bujías que colgaban en algunas esquinas del pueblo.

Encima de los aparejos del burro, debidamente amarrado, viaja el banqueto. Envuelto en su manta, al costado del animal de carga, camina el resinero. Seguramente el hombre, en su lento caminar, vaya calculando el ropero más próximo al corte que tiene para hoy. Quiero hacer constar que, dada la extensión de su mata de pinos, este hombre había dispuesto varios puntos como roperos para evitar largos desplazamientos hasta el chozo, siempre que debiera afilar su herramienta o reponer las energías perdidas por el esfuerzo (una cosa es el ropero y otra el chozo). 
Escalera francesa. Éste es el modo en que se usaba.
La pierna izquierda era garantía de estabilidad.
Foto del grabado francés "primitiva resinación"
(Rifé, IFIE, 1949, página 22bis)




Al llegar al tajo, el resinero descarga sus cosas y, si el tiempo así lo aconseja, encenderá el fuego que mantendrá todo el día y que será como el delator de su presencia en el pinar.

Con sus herramientas a punto, el hombre carga con el banqueto y se dirige al primer pino de su larga jornada. Que el suelo sobre el que desarrolla su trabajo es irregular ya lo hemos dicho: laderas y cotarros de arena lo forman, ¿qué no hay firmeza? Pensemos que es arena. El resinero realizó su labor al pino y vuelve a cargar con su... madero y va en busca de otra estación, su... tarea diaria se compone de ¿300?, ¿tal vez 400 estaciones diarias?

Sin más camino que la senda que él mismo crea al hollar el monte va de pino en pino. Pero éste crece lo mismo en terreno llano que en la cima del cotarro o su ladera, en cualquier parte cayó el piñoncillo impulsado por el viento o escapado del pico o las garras de algún pajarillo, germinó y allí creció el pino. Hasta allí llegó el resinero para hacerle su labor; creyó que el banqueto estaba asentado y firme, y subió encima de él. Con el esfuerzo, quizás el centro de gravedad quedó desplazado, una pata del banqueto se hundió en la arena y la misma fuerza de gravedad atrajo hacia sí el cuerpo del hombre que sin tiempo para reaccionar sintió el dolor de su cuerpo magullado. Tal vez algún charro presenció el accidente. El resinero ni siquiera mira a su alrededor ¿para qué, si él sabe que está solo? Con el cuerpo dolorido intentará y conseguirá levantarse, volverá a colocar el banqueto, otra vez subirá a él, terminará la labor que no pudo terminar antes, cargará sobre sus espaldas la falsa escalera y con su cuerpo magullado seguirá caminando por las sendas que él mismo traza por el monte, pues el sustento de su familia depende de los kilos de miera que el resinero sea capaz de extraer a los 3500 pinos de su mata.

Y ya que hemos mentado kilos de miera, queremos decir que la media pino/temporada estaba entre tres y cinco. La diferencia entre unos pinos y otros podía ser, y era, considerable.
Camporredondo, otoño de 2006

martes, 26 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (VIII)

Recoger el sarro

La gubia resinera

Durante la campaña de extracción y recogida de la resina se han ido produciendo fenómenos que el resinero no puede controlar, no dependen de su voluntad: de vez en cuando una gota de miera se desvía de la hojalata y no cae en el pote. Un nublado, de los muchos que pueden presentarse a lo largo de la temporada, encontró el pote lleno de resina y el agua desalojó la parte más fluida que fue a parar al suelo. Estos y otros hechos que pudieron producirse, fueron formando en el suelo una costra mezcla de burrajo, arena y miera que al transcurrir el tiempo formarán el sarro.

Carlos recuperando el sarro
El resinero previsor, cuando comenzaba la cara del pino, (la campaña) en su base colocaba un colchón de burrajo de forma que la miera no llegara, o lo menos posible, a tocar la arena, con lo que el sarro siempre sería más limpio y menos pesado (no contendría tanta arena).

Con el paso de los años el sarro se ha ido formando, durante la campaña, al pie de la cara, y si motivos especiales no indicaron que había que recogerlo antes, este era el momento en el que nuestro amigo cogía la herramienta, mitad hacha, mitad azada: la gubia, y se disponía a recogerlo.

Con la parte de hacha despegaba el sarro del pino y con la parte azada lo levantaba del suelo. Y sin más que una ligera sacudida, para liberar la arena, el sarro pasaba a la banasta, al montón y a la peguera, donde se transformaba en pez.

Con la gubia y la banasta el resinero recoge el sarro. Todo era aprovechable

Estoy seguro de que esta pez tendría múltiples aplicaciones, pero de lo que si me acuerdo, es que servía para cubrir la parte interior de las botas de vino que después tanto gustábamos de apretar para que saliera el tinto con más presión, y para calafatear.

Podemos apreciar que la gubia va asociada a la recogida del sarro y por tanto no sería de las herramientas más usadas por el resinero (una vez cada siete años, o quizás dos si las circunstancias así lo aconsejaban) pero sí le facilitaba la faena.

No sé si habría varias circunstancias por las que se pudiera adelantar la recogida del sarro, pero una que nos parece bastante convincente sería, o podría ser, el precio de la resina y sus derivados en el momento.

Camporredondo, otoño de 2006

Otro hombre de la resina. Carta a mi amigo Paulino

El carrero

El carro y la cuba de la resina

Con los primeros calores de la primavera, el esfuerzo del resinero y las lágrimas de trementina que llora el pino, se han ido llenando los potes. El resinero, que ve llegado el día de su primera remasa, reclama la puesta a punto del envase donde depositar el fruto de su esfuerzo: la cuba. Para ello recurre a otro hombre del monte, el hombre que se encargará de recoger y transportar las cubas hasta el muelle o cargadero y después hasta la fábrica de transformación. Este hombre es el Carrero. Él va depositando las cubas allí donde el resinero indica, generalmente cerca de algún camino o carril que facilite su recogida una vez que estén llenas.

Nuestro recuerdo nos lleva hasta los años 40 y 50 de 1900 cuando veíamos a nuestro vecino y amigo; el señor Paulino que, con su carro de llanta de hierro, el par de machos y el burro por reata, acarreaba las cubas en los pinares próximos a Camporredondo.

No nos cuesta gran esfuerzo traer hasta nuestra memoria la imagen del carro cargado con las cubas de miera y, al lado, caminando ligeramente encorvado, con su faja negra rodeándole la cintura y su boina calada, al protagonista de nuestra historia.

Pero, para continuar, creo que mejor será preguntarle a él, directamente, con la esperanza puesta en que despejará nuestras dudas. Él jamás nos defraudó.

Carta a mi amigo Paulino
Camporredondo, 14 de abril de 2002.


Señor Don Paulino Matesanz
El Cielo.

Querido amigo,
Perdona mi atrevimiento al desvelar tu actual dirección, pero como estoy convencido de que si hay Cielo tú estás en él, y quiero que esta carta te llegue, no tengo más remedio que desvelarla.

Verás: es que te fuiste antes de que yo pudiera preguntarte algunas cosas y ahora, por más que lo intento, no consigo ni imaginar las posibles respuestas.

Me he comprometido, a pesar de mis muchas limitaciones, a contar para nuestros nietos, la vida del resinero allá por la mitad del siglo XX, y a duras penas, preguntando aquí y allá, y haciendo uso de mis recuerdos infantiles y de mi vida como pastor de ovejas, “a trancas y barrancas” he conseguido aproximarme un poco, siquiera para que las nuevas generaciones de la informática tengan una idea, lo más fiel posible, del esfuerzo sobrehumano que los hombres relacionados con el pinar teníais que realizar para traer el sustento a vuestras familias, casi siempre numerosas, y en años tremendamente difíciles.

Ha sido al llegar a la cuba de la resina cuando, a pesar de que yo viví un poco aquella época, me he dado cuenta de que hay cosas que no consigo entender y por eso te pregunto: ¿Cómo te las arreglabas para subir las cubas al carro? Sí, ya sé que utilizabas las palancas, que no eran más que dos pinos jóvenes y rectos cortados a la medida que necesitabas. Que les apoyabas por una parte sobre la tabla zaga del carro y por la otra en el suelo y que te eran de gran ayuda, pero, ¡es que la cuba pesaba 240 kilos! y había que subirla a una altura considerable rodando por las palancas ¿quién te ayudaba? ¿Y quién te ayudaba cuando el carro de llanta de hierro se hundía en la arena, y por más que los machos tiraran de él, éste no obedecía? ¡Claro, claro que también lo sé! Descargar y volver a cargar pero, ¿es que tus fuerzas no tenían límite?

Hasta aquí las preguntas que nos llevan a sacar las cubas al cargadero. Después ponías una por debajo del eje del carro (era la que llamabas de la bolsa), sobre el piso del carro colocabas otras tres y encima de éstas, otras dos cubas más. Quizás mí memoria no me sea del todo fiel y fuera alguna más, pero creo que eran seis las que llevabas en cada viaje.

Ahora ya has cargado el carro. Entre las diez y las doce de la noche vuelves a uncir los machos y por nuestra irregular y polvorienta carretera conduces, (con mucho cuidado, pues los baches no te permitían distracciones), la carga de resina hasta Santiago del Arroyo, donde tomarías el camino de Cogeces que por el valle te llevaría, vía Íscar, hasta Coca que es donde estaba la fábrica de transformación. ¿No te daba miedo tomar este camino? ¡Cuántas tragedias pasarías por él adelante! El agricultor había regado, el almorrón o la regadera habían reventado, el camino se empantanó y el carro se hunde, el esfuerzo de los animales es inútil y tú, mientras el mundo duerme, estás solo, sin más testigos que las estrellas, o quizás alguna liebre o raposo que amparados en la oscuridad de la noche buscaban alimento, fueron testigos de tu desesperación.

¿Cuántas veces, amigo, recorriste este camino? ¡Cuántos relámpagos habrán cegado tus ojos y cuantos truenos habrán golpeado tus tímpanos! ¿Nunca tuviste miedo? Seguramente estabas tan curtido que las fuerzas de la naturaleza no te asustarían. Pero yo sí sé que algo te hacía sentir temor, y no era por tu integridad física, era temor a que los hijos de otros trabajadores del pinar se quedaran sin su sustento diario si a ti te asaltaban por el camino de vuelta. Por eso, el dinero que como anticipo para el resinero, sobre la liquidación final de temporada te entregaba el empresario, tú lo escondías dentro de una de las cubas vacías que traías de retorno, con la esperanza puesta en que allí, el posible ladrón no miraría, y siempre conseguiste que hasta el último céntimo llegara a su destino, no sé si porque nunca intentaron asaltarte o porque con tu ingenio supiste zafarte del ladrón. Lo cierto es que el dinero que confiaban a tu honradez, siempre llegó a su destino.

Oye; tienes que contarme (algún día) lo que un hombre, solitario a la fuerza, puede pensar durante toda una noche, sin más compañía que sus animales de tiro y las sombras que ante ti cruzaran a la luz de las estrellas y que tú no podrías identificar.

Sin poder poner cifras a tu esfuerzo, yo soy testigo de tus muchos viajes transportando cubas hasta Coca, sede de la fábrica de transformación, pero es que me han dicho que algún año llegaste a transportar 600 cubas. Esto supone casi cien viajes desde Camporredondo, y además sacarlas a cargadero y distribuir las vacías y... bueno, hoy recordándolo... que quieres que te diga; ¡Chapó! Amigo Paulino.

Ha sido hoy, amigo, cuando estoy a punto de cerrar esta parte de tu historia, cuando hablando con un resinero, (Alfonso Cuéllar, hijo de Santiago, otro resinero de pro que te acompañaba aquel día) me ha contado un hecho estremecedor que te ocurrió en uno de tus transportes hacia Coca: eran tiempos terribles para España, unos hermanos peleaban y mataban a los otros y los que no estabais en el frente también sufríais las consecuencias. Tú, y Santiago, regresabais con las cubas vacías. Un convoy italiano sembraba terror y muerte por las mismas carreteras que tú regabas con tu sudor. Ese día cometiste posiblemente el único error de tu vida. Hubo un momento en el que contaste el número de vehículos que componía aquel convoy, por eso tú sabías que eran siete, pero cuando volviste a encontrarte con él, contaste, pero contaste erróneamente, y cuando sólo habían pasado seis creíste que eran siete, y por eso reanudaste la marcha. Fue el último de los vehículos el que envistió tu carro por detrás, lanzándoos a vosotros a la cuneta, e hiriendo a tus animales gravemente.

Pudo haber sido sólo un grave accidente, pues tus animales quedaron muy disminuidos para el trabajo que tenían que desarrollar, pero fue aún más grave que tuvieras que humillarte hasta pedir perdón porque casi te matan. Yo sé que tú eres incapaz de ello pero, querido amigo, yo, que no soy como tú, maldigo a aquel convoy sembrador de muerte.

Lo que acabo de contar es lo que me dijo Alfonso, pero después hablé con tu hija Pepa, la niña de once años, que te colocaba los calzos en las cubas mientras tú recuperabas el aliento por tanto esfuerzo realizado, y me lo ha contado exactamente igual.

¡Y saber que a otros les han otorgado la medalla por mérito en el trabajo!

Querido amigo: estoy seguro de que si yo supiera mirar, en alguna de las estrellas del firmamento encontraría reflejada la silueta de un carro, tu carro, tirado por tres caballerías y al lado la sombra, tu sombra, ligeramente encorvada y tal vez calculando con tus dedos, doblados por tanto esfuerzo, lo que te pagarían por aquel transporte, para sacar adelante a tu numerosa familia.

Como final, quiero decirte que hemos “progresado” tanto, que hoy no se elabora la resina (o muy poco), la hemos sustituido por productos derivados del petróleo. Que las pocas cubas que se transportan son de aluminio, en vez de madera como eran las que tú transportabas, y que las transportan en vehículos automáticos en cuyo interior viaja el transportista con calefacción o aire acondicionado y que las cubas ni las tocan con las manos, son las grúas las que las mueven. Pero también quiero decirte, que en el pinar negral, el de Montemayor, o en el Monte Arenas, siguen marcadas las profundas roderas que un hombre dejó con su carro de llanta de hierro. Un hombre que vino al mundo para trabajar, que cumplió como el que más, y un día se fue dejándonos una historia sobre la que deberíamos aprender.

Sin más, por el momento, recibe un fuerte abrazo del hijo pequeño de tu vecina Pepa que, junto con su mujer, está tratando de perpetuar la memoria de todos los señores Paulino que Camporredondo ha dado.


Camporredondo, 14 de Abril de 2002

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (VII)


El paraguas

No hay artilugio o herramienta que por su humildad no tenga, o merezca, la misma importancia que le demos a las más sofisticadas. Éste es el caso del paraguas.

Cuando el resinero comenzó a raer la primera entalladura de la primera cara, pudo observar que sólo una parte de la raedura iba a parar al pote, el resto se perdía entre el burrajo y la arena. La boca del cacharro no es lo suficientemente amplia para recoger la resina que con el impulso del resinero se dispersa por un radio mayor.

Durante los primeros años, primeras entalladuras, el problema se solucionó con un saco, o un trozo de tela tendido en el suelo, sobre el que caían las raeduras dispersas. Pero a partir de ahí, las que caían desde más altura se dispersaban y se perdían. El suelo no podemos desplazarlo pero el saco o la tela sí, si le dotamos de un soporte aparente. De esta manera nació el paraguas, que no le preservaba al resinero de la lluvia, pero si le resolvía el problema de la dispersión de la raedura.

Nada podía desperdiciarse porque poco había
La historia del paraguas necesariamente tiene que ir unida a la de la raedera o quizás pueda ser dos años más moderna, por aquello que explicábamos del saco y el suelo, pero a partir de ahí no puede entenderse la tarea de raer sin el paraguas.
La raedura recogida en el paraguas (que podía ser la de varios pinos) el resinero la vertía en el pote, en la misma lata en la que recogía la resina o si la cuba estaba cerca la echaba directamente en ella.

¿Cómo confeccionaba el resinero el paraguas? En los pinares espesos, o pimpolladas, los pimpollos crecían muy verticales (iban en busca de la luz) y eran estos pimpollos altos y rectos los que aprovechaba para encontrar el que tuviera la forma más adecuada a sus pretensiones. Escogía el que al final de la copa tuviera tres o cuatro ramas secundarias más la guía o crez principal. Eliminaba la crez y le quedaba una especie de vaso que completaba con la tela o el saco.

Y este artilugio, tan sencillo, era el paraguas. Como vemos, no salía de la cadena de una gran fábrica de producción sino, como tantas otras veces, del ingenio de un hombre al que se le presentó un problema y sin grandes ecuaciones  lo resolvió. ¡Obligado te veas!

Nota.- Por ser palabra que no recoge el DRAE, aclaro lo que entendemos en Camporredondo por crez: CREZ.- Tallo que, cada año, añade cada rama y el ápice de la planta

Con su gesto, el resinero nos indica cómo deben quedar los potes para el invierno
Cuando el resinero terminaba de raer cogía, de nuevo, su lata y su cuchillo y daba el último repaso a los potes dejándoles, esta vez, en el suelo boca abajo para evitar que se llenaran de agua y por efecto del hielo algunos pudieran arparse.

Con esta operación daba por finalizada la temporada de extracción y recogida de la resina que comenzó el primero de Marzo y que hoy, quince de Noviembre concluyó, si bien es cierto que el año que tocaba recoger el sarro aún se prolongaba unos días más.


Camporredondo, otoño de 2006 

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (VII)

Raer

La raedera

Atrás quedó el verano. El otoño avanza, las noches son más largas, la fuerza de los rayos del sol cede y el flujo de la savia se interrumpe. La hojalata ya no aporta ni una sola gota de miera al pote. En las horas centrales de algunos días la alegría del sol aún provoca que el pino exude pequeñas gotas de trementina que, antes de llegar a la hojalata, solidifican y quedan adheridas a la entalladura.

El resinero limpió y, debidamente enfundada, guardó su azuela hasta el año próximo, la temporada toca a su fin. Recogida la última remasa, la siguiente tarea que le espera es raer y a esta tarea se entrega, en los primeros días de Noviembre, el resinero.

En los cestos ya no viaja el barrasco, ni la garrancha, ni la media luna o el mazo, tampoco la azuela. Lo que ahora usa el resinero es una herramienta parecida al barrasco, sólo se diferencia en su tamaño (es un poco más pequeña): es la raedera.

El resinero rae y la resina es recogida en el paraguas
Cuando el resinero comenzó la nueva entalladura esta partía prácticamente de cero, pero a base de sucesivas picas va creciendo y la azuela ya no renueva toda la herida, sino la parte que corresponde a la pica. A lo largo de la temporada y sobre esta parte, no renovada, se va quedando adherida una pequeña parte de la miera que antes de llegar al pote solidifica. Pero es al final de la temporada cuando más cantidad de resina no llega al pote (la baja temperatura y las menores horas de sol facilitan el que así sea). Esta miera, aún siendo de inferior calidad, (decían que era más seca) no puede perderse y es la que ahora, raedera en mano, quiere recuperar el resinero. Con la raedera irá raspando (rayendo) la resina que quedó adherida a la entalladura dando, con esta labor, por finalizada la temporada. A partir de este momento sólo queda, si es que tocaba ese año, recoger el sarro.

Siempre he pensado –aunque nunca lo pregunté- que el resinero al terminar la temporada debe sentirse un poco triste. Fueron muchas horas las que pasó en el pinar, los pinos fueron testigos mudos de muchas horas de fatigas, de sol implacable, de tormentas amenazadoras, de esfuerzos agotadores caminando sobre suelos movedizos y también fueron muchas las cosas que aprendió en el pinar.

Quiero recordar cómo una vez el resinero, que sabía casi todo sobre el monte, pudo salvar la vida a varios hombres del pueblo que trabajaban en la repoblación forestal.

El lugar fue el pinar negral a la altura de El Sotillo de Abajo, cercano al cementerio. La tragedia ocurrió el día 20 de Septiembre de 1956. Un grupo hombres trabajaban haciendo zanjas para sembrar pinos con los que reponer los que se habían talado, o secado, en la zona. Quizás fueran las cuatro o las cinco de la tarde. A esta hora se desató una tormenta de las que aquí llamamos de la fábrica ‘l macho –por ser esta zona, sur-suroeste, por la que aparecían las tormentas más fuertes-, con gran aparato eléctrico. Yo tenía 14 años y venía de sacar arena con el burro y los serones del pozo de El Esnerigado. Cuando llegábamos (mi madre también venía, pues había estado cogiendo alubias) a la altura de la báscula de Monzón –en la entrada del pueblo- un enorme relámpago seguido del instantáneo trueno nos asustó. Acto seguido, sobre El Sotillo de Abajo unos hombres gritaban.

Un poco más adelante, Amparo Criado salió corriendo a la calle cuando nosotros llegábamos a su altura y nos dijo: un rayo ha matado a uno de los trabajadores del pinar (lo había visto desde el piso alto de su casa). Todavía no sabíamos a quién.

Cuando llegábamos a casa, el señor Eugenio bajaba llorando: un rayo había electrocutado a su hijo Eleuterio.

Cómo ocurrió: cuando la tormenta se desató y comenzaba a llover, los trabajadores buscaron el pino más frondoso y bajo su copa fueron a refugiarse. Al llegar bajo él, Jacinto, el resinero, que formaba parte del grupo, miró el entorno y dijo a los demás compañeros: “no me gusta la situación de este pino, vamos a aquel otro” (indicando a otro pino que estaba en la hondonada). Todos siguieron el consejo del resinero, excepto Eleuterio que, ignoro por qué causa, siguió donde estaba. Fue cuestión de pocos segundos, pues aún no se habían cobijado bajo la copa del pino que Jacinto señaló, cuando una nueva exhalación fue a caer sobre el pino que resguardaba a Eleuterio de la lluvia, dejando a una familia sin hijo, esposo y padre.

Aquella misma exhalación pudo haber multiplicado por varios los fallecidos de no haber mediado la sabiduría del hombre del monte, del resinero.


En este lugar se produjo la tragedia y este es el recuerdo gráfico que queda: el tocón del pino
 (que se secó) y la señal, en forma de cruz, que el guarda forestal quiso perpetuar acarreando
 piedras hasta formar la cruz que aún hoy perdura señalando el lugar exacto en el que el cuerpo
 de Eleuterio cayó abatito por el rayo. D.E.P


Decía que al final de la temporada el resinero debía sentirse triste, por tener que abandonar – durante unos meses- al amigo que además de cobijarle bajo su sombra, le proporcionaba fuego para el hogar y sustento para su familia.

Sólo me queda decirte resinero: tú y yo, tenemos un amigo común, EL PINO.


Camporredondo, otoño de 2006


lunes, 25 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (VI)

Cogida o remasa

El cuchillo, la lata y el gancho

En la segunda quincena de Abril el sol ya deja sentir con fuerza su energía, los pinos se calientan, y con el trabajo del resinero y la savia que ellos elaboran, el pote, con la constancia de la gota, (¿os acordáis?) ha ido llenándose de trementina.

 
Gota a gota el pote se llenó de resina. Ya solo queda…
El Carrero fue depositando las cubas allí donde el resinero solicitó. Todo está a punto y hay que darse prisa. El pote está lleno, y una tormenta podría echar por tierra el trabajo de varios días. Si el agua cayera en el pote, iría desalojando la resina más líquida que quedaría convertida en sarro, y esto hay que evitarlo.

En los primeros días de Mayo se moviliza, en casa del resinero, todo aquél que esté en condiciones de coger la lata y el cuchillo para ir de pino en pino, vaciando el pote para después llenar la cuba donde la miera ya estará a salvo.
... lo que el resinero hace: recogerla

El trasvase del pote a la lata y de ésta a la cuba debe realizarse en el menor tiempo posible, (¡siempre con prisa!) pero por su densidad, la resina se desplaza lentamente. Hacía falta un acelerador de caída de la miera, y el resinero se lo inventó: el cuchillo. Con esta rudimentaria herramienta y la agilidad de sus usuarios en muy pocos segundos aquel producto viscoso era trasvasado del tiesto a la lata ¡qué agilidad en su manejo!

Recuerdo mi vida de pastor de ovejas que, mientras pastaban, yo me ponía al lado del recogedor de savia y no podía parar de andar si quería mantener un diálogo fluido.

Quizás alguien se pregunte: ¿dónde está el pastor?
Emocionado, esta vez está de este lado de la cámara

Y ya que he relacionado pastor y resinero, no quiero pasar de largo sin referirme a la relación entre ambas profesiones: si la cara estaba en sus dos primeras entalladuras (sobre todo en la segunda), las relaciones no podían ser muy cordiales; el pastor quería aprovechar el pasto para sus ovejas pero (¡ya estamos con los peros!) la altura a la que estaba el pote era justa la de la oveja y, si esta se arrimaba al pino -solía hacerlo con frecuencia aprovechando cualquier saliente para rascarse- el pote se iba al suelo y con él la resina, y el resinero se enfadaba. ¿Si tenía razón? Toda, pero cuando yo era pastor no lo veía así. Si esto se producía en terreno autorizado para el pastoreo podía haber un entente cordial, pero si el pinar estaba vedado para las ovejas, el resinero lo solucionaba pasando el problema al guarda forestal y podía acabar en multa para el pastor. A veces era el propio guarda – si era amigo – el que nos decía: tened cuidado porque le habéis tirado algunos potes. De todas maneras, la sangre nunca llegó al río.

Gota a gota, pote a pote y lata a lata... Así hasta llenar la cuba
Como cualquier otro trabajo del resinero este también era muy duro. A la prisa por recogerlo enseguida, se le añadía el peso y la incomodidad de la lata (entonces no había carretillos). La lata llena pesaba aprox. 18 kilos, el piso era blando y la distancia hasta la cuba podía llegar a bastantes metros, según la densidad del pinar. La capacidad de la cuba era de unas 12 latas, unos 200 kilos de resina, netos.

La frecuencia con la que recogía la resina podía oscilar entre 15 y 20 días. ¿Cada cuantas picas se llenaba el cacharro? Pues según el resinero; unos, los más… sufridos, daban pica cada cuatro días y otros cada cinco o seis. ¿Quién sacaba más resina? Júzguelo usted amigo lector, es fácil de deducir, las gotas de resina estaban directamente relacionadas con las de sudor del resinero. La herida, cuanto más reciente, sangra con más facilidad. La sangre del pino es la miera, la savia.

Dado que entre unos meses y otros -dependía de varios factores- había bastante diferencia, diremos que la media de remasas, por temporada, estaba entre siete y nueve.

De esta manera, el resinero colgaba y descolgaba el pote
No podemos pasar por alto el servicio que prestaba al resinero un artilugio rústico donde los haya: el gancho. El gancho es un pequeño trípode que se le dota de un mango y se usa de forma invertida. Con él descuelga el pote durante la recogida de la miera, siempre que la altura le obligara a usar el banqueto. También era útil cuando después de una tormenta tenía que sacar el agua del pote.

Si tuviéramos que describir el gancho diríamos: herramienta humilde y sencilla que al resinero le era de gran ayuda, siempre que tuviera que colgar y descolgar el pote de la resina.






Camporredondo, otoño de 2006

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (V)

Remondar

La azuela

¡Ha estallado la primavera! Los días grises y fríos del invierno van cediendo al empuje de la luz, el amor y la vida de la primavera. Una alfombra verde va cubriendo el suelo en los campos de Camporredondo, en el monte asistimos al concierto que desde el alba hasta el anochecer, diariamente, nos ofrecen sus pobladores.

Por la quietud que se observa en sus calles, el pueblo parece dormir, sólo delata la actividad que hay dentro de sus hogares, las chimeneas que extienden sus brazos de humo, ligeros y flexibles, hacia el cielo, como implorando ayuda para la dura jornada que comienza.

Cuando aún es de noche una trasera se abre; por ella aparece la silueta del burro aparejado con la albarda y sobre ella los cestos. Un hombre guía, cogido por el ramal, a su más fiel compañero y medio de locomoción: es el resinero. La escasa iluminación del pueblo guía a nuestro hombre y su cabalgadura hasta enfilar el camino de Entrecarreras.

A esta hora de la mañana nada distrae el pensamiento del hombre del monte; ni la codorniz que aún dormita protegida por la oscuridad de la noche y el cereal, que también le sirve de abrigo, ni la perdiz que, allá por las laderas de La Gamarra, está preparando su nido en los vallados junto al Sendero Ladero, donde cada año trae a la vida a su nidada de perdigones. Unos metros antes de que el camino se una a la cañada, saluda a los caleros que atizan continuamente la calera para transformar la piedra. El resinero, siguiendo por la cañada de Carramambres, llega hasta la fuente de agua de salamandras que él sabe es la mejor. La fuente está a media cuesta, nada más pasar los bebederos y unos metros antes de la primera bodega a mano izquierda subiendo. Allí llena su botija con agua fresca para toda la jornada y sigue su camino.

En las zarceras de las bodegas otea el mochuelo con el ánimo de descubrir el bigote de algún distraído ratoncillo que le sirva de desayuno o cena, según como se mire.

No sorprende al resinero el punto oscuro que divisa sobre el suelo del camino cuando llega al tieso (teso) de la Legua; es el engañapastores (chotacabras) que al acercarse alza su silencioso vuelo para posarse unos metros más adelante. Una y otra vez repite su acción el pájaro, hasta que el peligro pasa y el ave vuelve a su territorio, de caza de insectos, inicial.

Al llegar a las navas, el resinero contempla el majestuoso vuelo del búho real, el Gran Duque, cuando se retira a su territorio natural durante el día.

Con las primeras luces del alba el trabajador del monte llega al ropero donde coloca sus viandas. Tras una ligera observación comprobará que el filo de su azuela está en condiciones para, si fuera necesario, abrir un pelo desde la raíz hasta la punta. El acero de la herramienta es de la mejor calidad y el temple que le da el herrero es el justo, no puede haber error. El herrero de Samboal, El Campo de Cuéllar, Zarzuela del Pinar, o tal vez en la fragua de los Casas en San Miguel del Arroyo, o quizás Cayetano Casas en Camporredondo, sabe que al pino no se le puede trabajar con una herramienta mediocre.

El niño parece sorprendido. ¿Qué pensará Javier? En parecida
posición se encontraba su abuelo cuando a Jacinto se le melló
la azuela




Llegado a este punto quiero contar una pequeña anécdota que yo viví cuando era niño: contemplaba, extasiado, como remondaba el resinero; el lugar era próximo al Sotillo de Abajo. El buen hacer de aquel hombre me parecía extraordinario y por eso le seguía sus pasos de pino en pino; él remondaba y yo admiraba su labor. El resinero, que además era una gran persona, me contaba historietas y anécdotas de su vida y yo estaba entusiasmado en su compañía. En esto llegó a un pino, enganchó la azuela y tiró con la fuerza necesaria para sacar la seroja. De repente el hombre cambió de color y situándose delante del pino comenzó a insultarlo y dirigirle toda clase de improperios. Yo no entendía nada y confieso que llegué a asustarme. ¿Qué es lo que habría pasado? ¿Por qué aquella reacción? Sólo cuando el resinero le dijo al pino; ¡ya me la has mangado dos veces! Y me mostró la azuela supe lo que esta herramienta representa para él. En el recorrido de la azuela, para sacar la seroja, encontró un trozo de algo como un pequeño nudo que parecía de hierro; y allí, en el filo de la herramienta, quedó marcada una pequeña estría que inutilizaba totalmente la azuela, haciendo imprescindible su paso por la fragua para rehacer el filo. ¡Qué gran persona era Jacinto Cuéllar! Éste era el nombre de nuestro resinero amigo.

Con los primeros golpes de azuela el monte empieza a despertar: canta el cuco, también la abubilla, la paloma torcaz, la tórtola y la Zurita arrullan, el pájaro mosca sube y baja por el pino catorzal, se oye el golpeteo del pico del Picapinos o Pájaro Carpintero haciendo o acondicionando el agujero sobre el pino en el que ubicará el nido para criar a sus polluelos. El grajo alza su vuelo majestuoso y pausado, el críalo inspecciona nidos ajenos donde depositar sus huevos para que otros críen a sus glotones pajarillos. La marica (urraca) está alarmada, seguramente a descubierto que el raposo merodea por la zona ¿o quizás fuera el tejón? También deja oír su voz el charro que con su nervioso deambular no para ni un momento. Pero sobre todos los sonidos será el de las valencianas (gorrión chillón) el que más se deje oír, son muchas las que hay y no callan ni un momento. Vuelan los tordos y las grajuelas, las collalbas y los carracos.

Precioso colorido el de la oropéndola con su nido colgado de la rama como cesta del brazo, y su canto que nosotros interpretamos...

La oropéndola alegraba nuestros campos. Hoy es difícil contemplarla en nuestro entorno


Yo tengo un nido
Con cuatro huevos
Que parece un oruguero.

Y los jilgueros en grandes bandadas, y el verderón, también el colorín... Cuando menos lo piensa el resinero salta la liebre, y la serpiente, y el alacrán, el lirón careto, el lagarto y la juguetona ardilla y... ¿Por qué nombro a muchos habitantes del monte compañeros del resinero? Pues porque acabo de venir de dar un paseo, eso sí, en coche. He subido por la cañada merinera, por la parte de El Masegar y he llegado, siguiendo la ruta que en otro tiempo llevaran las merinas, hasta la cementera de La Parrilla y, en ese recorrido (8 Km.), he podido contemplar el vuelo de dos grajos, unos charros y tres pajarillos que, por la distancia, no he podido saber lo que eran. ¿Dónde están los otros amigos y compañeros del resinero y míos? No quiero parecer trágico, pero sí estoy en condiciones de asegurar que algunos de los seres que he nombrado, no he sido capaz de verlos y ya son muchas las veces que he hecho el mismo recorrido pues, no en balde, por aquellos parajes transcurrieron buena parte de los años de mi juventud.
No puedo imaginar al resinero, con su azuela en la mano, subiendo y bajando cotarros de arena todo el día, sin tener algo que pueda distraer su atención. Hoy no tendría que ocultar el agua, para mojar la afiladera, porque nadie se la bebería, como en aquel tiempo. Seguramente el escabechero, su pajarillo amigo, hoy no le molestaría a la hora de la siesta.

Pero queríamos hablar del resinero de hace bastantes años, sesenta y más. Este hombre comenzó su esforzado trabajo con las primeras luces de la mañana y por eso, mediada ésta, necesita un retoque a su herramienta y a sus fuerzas. Así, mientras pasa la piedra por el filo de la azuela, tendrá a su lado un trozo de pan y ¿...? Esto le dará fuerzas para continuar hasta el mediodía en que, según el mes, tendrá un pequeño reposo para digerir el alimento que su esposa, madre, hija o hermana le preparó la noche anterior. Este es el momento que el escabechero, su pajarillo amigo, aprovechará para arrancarle pelo de su cabeza con el que hará un acogedor nido para sus curutos polluelos.

No se diferencia mucho la tarde de la mañana en la vida del monte, si no es porque en los meses de Junio, Julio y Agosto la arena parece estar conectada a una de esas energías renovables que tan de moda están. La arena parece querer arder y sobre ella tendrá que moverse el hombre toda la tarde.

Esta seroja era la más buscada para encender el fuego
   en el hogar. Es un artista. ¡Felicidades maestro!

Cuando las tareas en la era vayan remitiendo, la seroja, o viruta, sacada por el resinero, será recogida por los habitantes del pueblo, para durante todo el año aprovecharla a la hora de encender el fuego en el hogar. La seroja, por su composición (madera muy fina y miera), era un extraordinario combustible que al menor contacto con la llama de la cerilla reaccionaba con sorprendente llamarada.

Ya hace rato que el sol apagó su luz gigante. La oscuridad poco a poco va adueñándose del pinar, el cárabo y el búho se desperezan. El resinero, azuela en mano, vuelve al ropero, apareja el burro, sobre él carga sus cosas y comienza a desandar el camino que esta mañana le alejó del hogar. En el trayecto volverá a encontrarse con el engañapastores y con el mochuelo que parecerá que no se hubiera movido de la zarcera, algo que algún roedor habría agradecido.

¡Por fin en casa! Sobre el fuego, el puchero parece un pequeño volcán en cuyo interior hierven las patatas con las que el resinero y su familia restaurarán las energías perdidas durante la jornada que comenzó cuando aún no había amanecido y finaliza cuando las calles de Camporredondo son iluminadas por la luz, pobre y rojiza, que proyectan las bombillas colgadas en algunas esquinas del pueblo.

Mañana, otra vez azuela en mano, el resinero seguirá haciendo heridas al pino para que así, gota a gota, la mujer, la ministra de economía, pueda reponer la despensa para su numerosa familia.

Hemos tratado de situar al resinero, camino de su trabajo, por el camino de Entrecarreras y Carramambres por creer que eran los más habituales, pero el pequeño ejército de resineros que en Camporredondo tenían su campamento, (doce familias conocimos) también desfilaban por el Camino de La Parrilla, El Cañuelo, el Camino de Portillo, el de San Miguel de Arroyo... en fin, en casi todas direcciones crecía el pino negral que tantas gotas de trementina aportara a la economía de Tierra de Pinares.
 
El Pinatell (Tarragona) Octubre de 2002


domingo, 24 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (IV)

Clavar

El pote, el mazo y la medialuna, la punta, la hojalata y las tenazas

Cuando el resinero se disponía a clavar éstos eran los útiles y herramientas imprescindibles para realizar su trabajo.

Tal vez, mientras en la amplia zona de pinares próximos a Camporredondo, el resinero se disponía a preparar los pinos para la temporada de extracción de la resina que comenzaba, en las cacharrerías de otro pueblo de Tierra de Pinares, en Arrabal de Portillo, los talleres trabajan a pleno rendimiento fabricando potes para que, llegado el día, la resina no caiga al suelo y se convierta en sarro. 

Estos hornos reciben del pinar el burrajo y la ramera, (combustible para su enroje) y le devuelven sus productos en forma de cacharros de barro (potes y platos) para recoger la resina del pino

El resinero limpió su barrasco o la garrancha y debidamente acondicionados los guardó en el sobrao (sobrado) de la casa hasta la próxima temporada. 

Con el mazo y la medialuna, Luciano hace la ranura y con unos ligeros golpes…coloca la hojalata. Qué fácil lo he hecho ¿verdad, Luciano?

En el apartado correspondiente decíamos que el banqueo, debidamente amarrado, viaja a lomos del animal de carga. Pero no dijimos que en los cestos, además de la merienda, como de costumbre, el resinero había incluido los útiles y herramientas para clavar, esto es: si era el primer año de elaboración (pino negro), era necesario el pote, la medialuna, el mazo y la hojalata. En el segundo año debería añadir la punta para  soportar el pote, eliminando éste del transporte pues, salvo rotura, servía para años posteriores. A partir del segundo año sería necesario añadir las tenazas para trasladar la punta de la entalladura anterior a la nueva, y para arrancar la hojalata.

Con el mazo y la medialuna Carlos hace la ranura para la hojalata.
La altura se salva con el banqueto, o con la escalera francesa.
Si omitimos el martillo, para clavar la punta, no es por despiste, sino porque la destreza del resinero era tal, que clavaba la punta con el mismo pote, sin que éste se rompiera. ¿Si yo no hubiera sido capaz de clavarlo así? ¡Pues claro que sí! La diferencia está en que por cada punta clavada habría necesitado un pote nuevo. 

A partir del cuarto año el banqueto se le hacía imprescindible al resinero. Para clavar había que subir hasta una altura suficiente para realizar la labor. O sea, a partir del cuarto año debería atarse la bolsa porta-herramientas a la cintura y con ella y el banqueto presentarse delante del pino.

Situado a la altura necesaria, el resinero coloca la medialuna a 50 cm. de la hojalata anterior y con los golpes de mazo precisos, hace la ranura para alojarla en su nuevo emplazamiento. Con las tenazas arranca la punta para después colocarla de nuevo a la altura exacta para que entre ésta y la hojalata quepa el pote sin más que ejercer sobre éste una ligera presión. Esto es lo que hace a continuación y a partir de ese momento cualquier gota que pueda desprenderse de la entalladura irá a parar al pote.


Camino difícil para el resinero en el estío castellano. La arena despide fuego
Como el resinero no tiene tiempo para perder, rápidamente carga con el banqueto y por la misma senda que él ha marcado con sus pisadas, irá recorriendo todos los pinos de su mata dejándoles preparados para comenzar a dar la primera pica, o sea, para empezar a remondar. 

Camporredondo, otoño de 2006

lunes, 18 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (III). La garrancha

Desroñar
La garrancha

En un capítulo anterior hablábamos del comienzo de temporada para la extracción y recogida de la resina; de cómo el resinero, barrasco en mano, acudía a su primer encuentro con la mata de pinos que tenía asignada. Y decíamos que el método empleado para desroñar era a tirón, con el barrasco. Esto obedecía a que la cara, en el pino, estaba por debajo del cuarto año de producción. Pero la cara ha ido ganando altura y si el resinero hubiera querido seguir usando el barrasco se habría visto obligado a usar el banqueto, por lo que el trabajo se habría multiplicado: transportar el nuevo útil y subir y bajar a él en cada pino.

Para soslayar esta dificultad, el resinero se dotó de otra herramienta que eliminó el problema; en vez de trabajar por tracción, lo hacía por impulsión. La herramienta que vino a facilitar el trabajo fue la GARRANCHA. Con la garrancha, y sin más que alargar el astil, el resinero resolvió el inconveniente de la altura; 3,50 metros (7 entalladuras x 0,50 m.) que fue la altura normal hasta la década de los años 60-70 de mil novecientos en que, para facilitar el trabajo, se rebajó la altura de la cara hasta los 2,5 metros (5 entalladuras x 0,50).

Antonino se estira, pero no consigue llegar hasta el final de la
séptima entalladura. Foto tomada en El puente de Las Cabras.
¡Grandes pinos hubo en la zona!

En la foto vemos cómo Antonino, ex resinero, nos muestra (hasta donde puede) la cara, ya cicatrizada, con la altura correspondiente a sus siete entalladuras. Si observamos, a su derecha veremos otra cara abandonada, que se había iniciado sobre un amplio repulgo, y más a su derecha, se aprecia otra más de siete entalladuras. ¿Cuántas caras y cuántos años tendrá este pino? Eso lo veremos más adelante.

Breve paréntesis: queremos hacer constar, en contra de lo que dice algún diccionario poco riguroso (o mal informado) que “el pino no produce resina por encima del quinto año”, que el motivo por el que se rebajó la altura de la cara fue sólo el de la comodidad, pues el de la producción es todo lo contrario; a mayor altura más cantidad de resina, pues donde ésta se elabora es en las aciculares hojas del pino, y si esto es así, y acudimos a recogerla cerca de donde se produce, siempre habrá menos dispersión y posible pérdida. Resumiendo: más miera el quinto año que el primero, y más el séptimo que el quinto. Otra cosa es que la relación esfuerzo/producción quede descompensada, por lo que se optó por reducir el esfuerzo.

En la zona en la que Antonino nos está indicando la altura de la cara, todos los pinos, hasta la década de los años 1960 (yo pastoreaba por la zona), eran de este diámetro y mayores. Digo esto para que las nuevas generaciones sepan que el perímetro admitía un número de caras muy superior al correspondiente a los 20-25 años de vida, en producción, que se le asigna al pino resinero, en algún diccionario mal informado. Comentando con José (otro ex resinero) sobre los años de vida en producción del pino resinero, me comentó haber trabajado (naturalmente no sólo él) pinos con 12 caras. O sea 12x7=84 años produciendo resina.

El resinero cogió la garrancha y se dispuso a desroñar
Cierto es que a partir de la fecha comentada, nos entró la prisa y de forma rápida conseguimos mucha madera, pero nos quedamos con los montes que tristemente hoy podemos contemplar. Hoy, el pino resinero no soporta más que cuatro o, con suerte, cinco caras. Unos fueron delante sembrando y nosotros, más listos, hemos recogido. ¿Nadie nos ha dicho que hay que sembrar?

Quizás pueda parecer que con la garrancha todo eran facilidades para el resinero a la hora de desroñar pero… agarremos la herramienta, situémonos delante de la cara del pino y colocándola en el final de la entalladura anterior empujemos la garrancha hacia arriba, ¿qué ha pasado? Puedo asegurar que en el cómodo escritorio, en el que esto escribo, no ha ocurrido nada, pero sí sé – porque lo he visto – que, además de la roña desprendida, un polvo muy poco saludable de color rojizo se ha venido encima del sufrido resinero y esto no sólo ensucia la ropa, sino que el ser humano que hay debajo lo respira. Este hombre poco puede hacer para librarse de la nube que le envuelve. Quizás se sienta aliviado cuando una pequeña ráfaga de viento venga en su auxilio y le libere, siquiera por un momento, de aquella niebla rojiza que invade su cuerpo.

En este “saludable” ambiente, el resinero, desde antes del orto y hasta después del ocaso, seguirá escalando montañas de arena para, a golpe de garrancha, dejar al pino en la savia, preparado para cuando le haya de remondar.

Muchos años después de que yo viera al resinero desroñar, he tenido en mis manos el barrasco y la garrancha y he pensado: ¡Qué destreza hace falta para dejar la entalladura en la savia, esto es, sin dejar roña, ni quitarle madera al pino!

Con la autoridad que me dan mis… años, puedo asegurar que se aprende en menos tiempo a navegar por los espacios de Internet que a resinar.

Hace un momento yo decía que la roña era recogida, principalmente, por los niños y las mujeres de la familia. Lo que no he dicho todavía, es que para justificar algunos días de falta a la escuela, se tenía como coartada recoger la roña. El maestro preguntaba al “novillero”: ¿por qué no viniste ayer (o los días que fuera) a la escuela? Respuesta: es que tuve que ir a recoger roñas. Con esto estaba justificado el abandono del cuaderno, la pizarra y la cartilla. Además, se podría recoger más o menos roña, pero siempre se aprobaba, y sin tener tirón de orejas, palmetazo en el tuto, quedarse sin recreo, o sin comer, ni tener deberes para casa.

Cuando la luz del día se va apagando, e igual que hiciera cuando la herramienta era el barrasco, o el hacha doble boca, el resinero apareja su pollino, carga los cestos de combustible para su hogar y hacia él se dirige sabiendo que allí le espera un chisporroteante fuego en torno al cual se reúne su familia, mientras su esposa prepara la cena y la merienda para la siguiente jornada en el monte.

Camporredondo, otoño de 2006

martes, 12 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (II). El hacha de doble boca

Desroñar
El hacha de doble boca, o boca y peto


Dos maestros: Carlos y Luciano preparan una nueva entalladura.
Carlos abre campaña.

Luciano abre campaña también, pero sobre un pino negro

Cuando el resinero abría cara nueva (primera entalladura), para desroñar no hubiera sido útil ni el barrasco ni la garrancha por su proximidad al suelo. Para esta operación y año, utilizaba el hacha doble boca, o de boca y peto (así se llaman los dos filos que esta hacha tiene; el ancho es la boca y el más estrecho el peto). ¿Por qué esta hacha y no el hachón, más ligero? Para desroñar la parte más alta, en la nueva entalladura, el resinero usaba la parte más ancha, la boca, porque cundía más con el mismo, o parecido, esfuerzo. Pero había una parte de roña que quedaba semienterrada y que al resinero también le interesaba arrancar para colocar el pote lo más bajo posible. Ésta es la parte que desroñaba con el peto, porque era más fácil y porque no estropeaba el filo de la boca al contacto con la arena (explicación de resinero).
Si bien el nombre y la forma física de esta hacha es la misma que la del leñador, el tamaño es menor, pensemos que para separar la roña del pino no se necesita la misma presión que para cortar el tronco, por lo tanto sería absurdo que el hombre cargara con un peso suplementario, si éste era inútil.

En cuanto a la roña, como combustible, queremos añadir que los primeros años de la campaña eran los más interesantes, porque allí donde el tronco del pino está más cerca del suelo la roña es más gruesa. O sea que para entalladuras de la misma medida, la que estaba más cerca del suelo aportaba más combustible, lo cual era importante, dado que las nuevas energías caloríficas no habían aparecido y el cocido y las patatas que, junto con las lentejas y las alubias eran los principales y casi únicos alimentos en aquel tiempo, había que cocerlas al fuego de leña, o roña, principalmente. La calefacción (la gloria) se calentaba con la ramera, o con manojos de la vid, pues por entonces aún había viñas en Camporredondo.

El transporte de la roña hasta el hogar se hacía en los carros de llanta de hierro, ya fueran éstos de varas o yugo. Los carros, para este transporte, y dado que la roña es una carga ligera, se preparaban de una forma especial: sobre los telerines se colocaban los mismos suplementos (tableros) que para acarrear la paja de la era, incluso éstos se suplementaban con tablas. En la parte delantera y trasera se colocaban los mantones (sacos abiertos y unidos unos a otros) con lo cual la capacidad del carro se multiplicaba. De esta forma se ahorraba tiempo para dedicarlo a otras tareas agrícolas.
Camporredondo, otoño de 2007

lunes, 11 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (I). El barrasco

Desroñar
Barrasco
“Enero, Febrero y Marzo, tres meses de invierno” es el dicho popular.
 
Grupo de pinos negros. En otro tiempo ya estarían en producción.
Foto tomada al borde de la Cañada Leonesa Este, a la altura de El Coletillo 


Durante el invierno, además de participar en repoblaciones, cortas, olivaciones; también en tareas agrícolas, el resinero en compañía del agente forestal ha marcado los pinos (negros) que ese año serán abiertos por primera vez, si es que así correspondía.
 
Para que un pino pudiera ponerse en producción debía de tener, como mínimo, un diámetro de 30 centímetros a la altura de un metro de su base.
 
Ahora, aunque todavía es invierno, el sol va ganando altura y la fuerza de sus rayos se deja notar. El monte despierta, las aves parecen más nerviosas. La madre naturaleza indica que el nuevo ciclo reproductivo está en marcha y hay que restaurar, o construir nuevos hogares. En el monte comienza la actividad.
 
El resinero no puede ser menos, desde hace días prepara sus útiles y herramientas para cuando el día 1º de Marzo se inicie la temporada, o campaña, de extracción y recogida de la resina tenerlo todo a punto.
 
Después de hacer las gestiones oportunas ante el distrito forestal, al rematante-empresario le ha llegado el visto bueno para el comienzo de la temporada, y éste se lo transmite al artesano del monte.
 
Día 1º de Marzo, primer día de temporada, o de campaña si así correspondía, (en los montes particulares tal vez pudo adelantarse unos días). Temprano abandona el resinero su lecho. Su primera ocupación es dirigirse a la cuadra donde le espera su compañero inseparable y con un poco de paja y cebada le aporta su primera y única comida – en el monte encontrará pasto suficiente para el resto de la jornada-.
 
Tras un ligero desayuno, el resinero coloca sobre el lomo del asno el aparejo y la albarda, lo asegura fuertemente con la cincha y sobre la albarda amarra los cestos para dentro de ellos poner las viandas necesarias para todo el día... comida, botija, el hachón, la afiladera y… EL BARRASCO.
 
Cuando el resinero sale de casa el frío de la mañana es intenso, las bombillas de 15 bujías, que parecen colgar de un plato de porcelana invertido, proyectan sus rojizos rayos de luz hacia el suelo, en algunas esquinas de Camporredondo.
 
Envuelto en su manta, el resinero camina al lado de su pollino tal vez por Carramambres, el Camino de La Parrilla, el de Portillo, o quizás por el Camino de San Miguel, en busca del primer ropero de la temporada. Si había chozo, lo primero sería restaurar lo que el invierno inclemente se encargó de deteriorar.
 
Con el profundo conocimiento del entorno en que se mueve, el resinero ha elegido el sitio ideal (el ropero) para instalar sus viandas donde a lo largo de la temporada estarán preservadas del calor, cuando el termómetro- si lo hubiere- marcaría más de 40 grados allá por los meses de Junio, Julio y Agosto.Al cuidado de su hato y su merienda el resinero ha dejado a su otro fiel amigo, el que le acompañará siempre a lo largo de la temporada.
 
Sabedor de que su perro le cuidará sus cosas contra alimañas y oportunistas, el hombre coge su barrasco y con él se dirige al primero de los aproximadamente 3500 pinos que forman su mata.
 
Luciano, el viejo resinero, desroñando con el barrasco. Se le nota en su ambiente, maestro.
A golpe de barrasco irá separando la roña del pino dejándole en savia, esto es; preparado para tareas posteriores, en los 50 centímetros correspondientes a la entalladura que a lo largo de la temporada irá remondando. Las medidas que la entalladura deberá tener son: 50 centímetros de altura por 12 de ancho. Medidas que no debería sobrepasar. Eran las normas establecidas por el sistema en aquel tiempo y el que las rebasara se exponía a ser multado.
Por regla general el pino negral se desarrolla en terrenos arenosos e irregulares, que es tanto como decir que al piso blando había que sumarle la dificultad de subir y bajar cotarros (dunas) de arena. Esto nos dará una pequeña idea del esfuerzo que estos hombres tenían que realizar, sin más horario que el de la luz del alba hasta el anochecer.

Carlos camina con el banqueto sobre las blandas arenas de El Pinar Negral.
Bordea lo que fuera una zanja para repoblación al lado del camino de La Carabina
El enorme esfuerzo que el resinero realiza va mermando sus energías, por eso a media mañana hace un pequeño alto, repone sus fuerzas y después de retocar el filo del barrasco vuelve a hollar los mismos senderos que desde la temporada anterior dejó de pisar.
Para el esforzado hombre del pinar ya no habrá más descansos en la mañana. Al mediodía dará buena cuenta de la tortilla o torreznos que su esposa, hija o hermana le preparó la noche anterior, y volviendo a asentar el filo a su herramienta, continuará desnudando aquella parte que corresponda a cada pino, mientras la luz del día se lo permita. En ese momento volverá a aparejar el burro, y sobre los cestos echará una parte de la roña que arrancó al pino, y que ahora le servirá para que en su hogar no falte el calor.
La roña resultante de desroñar, si el resinero tenía tiempo, la recogía en montones y después la vendía para combustible del hogar. Otras veces, se ponía de acuerdo con algún vecino; éste la recogía, la transportaba y el resultado era a medias: un carro para ti y otro para mí. De una u otra manera la roña siempre acababa consumida dentro de la placa del fogón en el hogar.
 
La tarea de recoger la roña, como ésta pesaba poco, se encargaban de realizarla los más jóvenes y las mujeres de la familia, dejándola en montones cerca del carril desde donde era transportada hasta la cuadra, o colgadizo, preparado al efecto.

La botija, el pote con agua, la afiladera y el resinero, Carlos, que afila el barrasco

Y llegado aquí… ¿por qué no voy a contar una pequeña anécdota que ocurrió siendo yo muy jovencito (un niño) con motivo de ir a recoger la roña que el resinero había arrancado? Pues vamos allá: habiendo avisado el resinero de que ya se podía recoger la roña, en casa engancharon el carro de varas, toldo y cajón, para ir a recogerla. Como animal de tiro pusieron a la Careta, yegua percherona de gran porte y extraordinaria fuerza, pero que a su vez era el animal más caprichoso, y vago, que se haya conocido. 
Mientras, en banqueto espera
Ya he comentado que la roña la recogían los más jóvenes y las mujeres de la familia, por lo que la “hermosa” yegua enseguida se dio cuenta de que quien llevaba los ramales no era mulero que pudiera hacerle sombra. Salimos de casa, alegremente, y enfilamos la pequeña cuesta de Carramambres arriba. Seguramente los ramales los llevara mi hermano Javier, tres años mayor que yo, pero que no llegaba a los diez. Mientras el esfuerzo era leve, mejor dicho: mientras el esfuerzo fue prácticamente nulo, todo fue viento en popa. Pero llegamos al último tramo, a la altura de la bodega del tío Pablo, en el que durante unos pocos metros la cuesta se empina y la “percherona” dice, en su leguaje, que ella no tenía por qué tirar del carro. Si sólo se hubiera parado no habría mucho problema, pero es que ella dijo aquello de… “yo que lo he hecho me aprovecho” y comenzó a dar marcha atrás. Rápidamente nos apeamos del carro porque había peligro de vuelco, entonces, cuando el carro dejó de tirar para atrás, el animal, que era de escaparate pero no de tiro, se quedó parada hasta que dieron la vuelta en dirección a casa y entonces sí, tuvo la gentileza de devolvernos a nuestro lugar de origen. El animal no quería que trabajáramos y lo consiguió. La Careta murió joven y bien descansada, seguramente por depresión, o aburrimiento por falta de actividad.
¿Qué tal de combustible era la roña? Pues no era madera de roble, encina o almendro etc. Pero era muy cómodo; no había que partirlo, echabas una badilada al fuego y durante un rato tenías asegurado el calor y el concierto pues, ¡hay que ver cómo chisporroteaba!
 
Camporredondo, octubre de 2006