Desde que comentáramos la entrada “
Enmagrecer” (10-5-2014), donde hicimos mención a “El matacán del majuelo” (“Viejas historias de Castilla la vieja” de Miguel Delibes"), no he dejado de pensar en los puntos coincidentes en los dos casos: el narrado por Delibes y el acaecido en Camporredondo allá por los años 30 ó 40 del siglo XX.
Ha sido esta noche –al llegar a
cierta edad dicen que se duerme menos- que, en mí duermevela, ha vuelto la
liebre a correr por los majuelos del camino Entrecarreras y las laderas de La
Gamarra en dirección al Hoyo Simón y al Monte Arenas: su perdedero natural.
Comparando “El matacán del
majuelo”, “Viejas historias de Castilla la vieja” de Delibes, con el matacán de
las viñas y las laderas de la Gamarra de Camporredondo, mi pueblo, veo que son dos
gotas salidas por la misma espita. Vean si no:
Fue aquella noche, otra más, en
que al margen de la partida de cartas para dirimir quién pagaba la envuelta
(botella, con caña de paja) de vino tinto con gaseosa, más los cacagüeses (cacahuetes)
se entabló la tertulia (afortunadamente no había televisión) que solía seguir a
la partida. Félix García, entre risas y rascadas de la calva bajo la boina
capona, tomó de nuevo la iniciativa para revivir la historia del matacán de los
majuelos de La Gamarra y La Cal.
Mi jovencísima azotea (no más de
seis años) que, en aquel tiempo, se mantenía despejada y ávida de almacenajes,
estaba atenta a cada detalle del curioso caso del matacán de los majuelos del
camino Entrecarreras y La Gamarra.
Félix no contaba nada que los
demás no supieran, pero cada uno iba añadiendo anécdotas sobre las peripecias
persiguiendo a la liebre que tomaba el pelo a todos los galgos y galgueros habidos
y por haber.
Después de tomar el pelo a todos
los galgos del pueblo, al matacán de Camporredondo no le asustaba volver al
sitio de costumbre. Todo podía ser otra carrera más. Hasta me atrevería a
afirmar que para la liebre era como un juego en el que siempre llevaba los
mejores triunfos, o casi todos ellos.
El caso del matacán fue tomado
como un reto entre la liebre y los galgueros del pueblo.
Bonifacio Alonso, en adelante tio
(tio, sin acento ortográfico) Alonso que era como se le conocía, tenía el mejor
galgo que jamás se hubiera conocido -eso decían- en todo el contorno.
El tio Alonso, además de ser
guarda del campo, era el más experto cepero y lacero. Allá donde colocara su
trampa no fallaba, ya fuera el cepo o el lazo.
Decía que los galgueros del
pueblo, dado que el matacán parecía mofarse de sus perros, recurrieron al tio
Alonso para acabar, de una vez por todas, aquel reto que no podían tolerar por
más tiempo. Acordaron ver correr al mejor galgo conocido detrás de la liebre
más fuerte y astuta que jamás pateó el término de Camporredondo.
Así fijaron el día y la hora del
lance. Como la liebre se lo tomaba a chufla, sabían que ella no fallaba… y no
falló: allí estaba. Levantado el matacán, el galgo, entre las cepas, se lanzó
tras de la liebre y, si bien al principio creyeron que la daría alcance -llegó a
estar a dos palmos del rabo- cuando le
liebre puso sus cuatro patas en la ladera, el galgo y los galgueros, otra vez
más, se quedaron con dos palmos de narices. Se buscaron mil excusas: que si el
galgo estaba frío… que si tenía las patas aspeadas… lo cierto es que repitieron
la intentona y la liebre también la repitió: no había forma de darle caza.
Programaron un tercer y tramposo
lance. Esta vez serían los galgos y dos escopetas las que se encargarían de lavar
aquella afrenta.
Una de las escopetas se situó en
el cerro de las laderas de La Gamarra y la otra entre los pimpollos del
perdedero natural. Pero la liebre, además de tener unas patas dignas del mejor
atleta leporino, también debía de tener vista de lince. Total que al primer
escopetero le guipó y como su problema no era recorrer unos metros más o menos,
dio un pequeño rodeo dejando al cazador “a verlas venir”, mejor dicho: a verla
ir. La liebre enfiló hacia el Hoyo Simón y desde allí al perdedero natural en
El Monte Arenas. El animal no pudo ver lo que había tras aquel pimpollo y fue
allí, cuando ya pisaba su terreno más seguro, cuando asomaron los caños de la paralela
y con dos disparos se acabó el mito: allí quedó sellada la historia del matacán
de los majuelos del camino Entrecarreras al que sólo con trampas pudieron
derrotar.
No puedo decir donde se guisó y
comió: no me acuerdo. Lo que si os puedo asegurar es que la liebre se comió
(¡no faltaría más!) por mucho que supiera a bravío; con arroz o alubias seguro
que fue un banquete para sus cazadores.
Diferencias -si hay alguna- entre “El matacán del
majuelo” de Miguel Delibes Y el matacán de los majuelos del camino
Entrecarreras de Camporredondo:
El majuelo no era el del tío
Saturio. Los majuelos eran de varios dueños en el pago llamado La Gamarra, al
norte del pueblo, en el espacio que hay entre la cañada de Carramambres, el
camino de La Parrilla y el camino Entrecarreras.
El matacán es una liebre muy
baqueteada, corrida muchas veces, grande y fuerte: muy difícil para los galgos.
Ya hemos dicho que la liebre no encamaba en el majuelo del tío Saturio, sino en
los majuelos de varios dueños. No subía por el Otero del Cristo, sino por las
laderas de La Gamarra. El perdedero natural de la liebre era el Monte Arenas,
monte lindante con el Hoyo Simón, que, por comparación, podíamos decir que
fuera la vaguada de la que nos habla Delibes. ¿Los nombres de los escopeteros?
lo siento: no me acuerdo. Aunque sí dijeron el nombre del matador. El nombre
de los galgos tampoco me acuerdo. Pero puedo asegurar que ninguno era del
Ponciano. Ponciano era taxista en Valladolid por aquellos años y no sé que nunca
fuera galguero ni cazador. Sí pudo saber la historia (incluso pudo haber
participado como espectador) del matacán del los majuelos del camino Entrecarreras.
La historia fue muy comentada por todo el contorno y él venía por el pueblo con
cierta regularidad.
Ya hemos dicho que el galgo era
del tio Alonso, a su vez guarda del campo, lacero y cepero donde los haya, y no
el lebrel de Arabia de don Benjamín. Los galgueros y simpatizantes no corrían
en el caballo inglés llamado Hunter, la gente se limitó a contemplar la carrera
desde el camino Entrecarreras o sus proximidades.
Desconozco si el caso llegó hasta
el púlpito, si os puedo decir que el matacán llegó a estar considerado como
caso por encima de lo normal (no me atrevo a decir sobrenatural).
Y nada más. Puedo dar, y doy, los
nombres habituales de los participantes en la tertulia en la que, entre otras
tantas anécdotas y curiosidades, comentaron sobre la superliebre: el matacán de
los majuelos de La Gamarra. Ahí van los nombres:
Moderador Félix García como
ponente del caso. Tertulianos: Severiano Sastre, Dalmacio Busto, Maximiliano
Noriega, Rufino Busto, Germán Matesanz (hermano de Ponciano) y Gaudencio Busto
como dueño de la cantina. Sé que eran más pero para serle fiel al caso debo
decir que no me acuerdo, han pasado casi 70 años y la grabación debe estar muy
al fondo del disco duro que lo soporta.
Quede para el recuerdo el matacán
de los majuelos de La Gamarra, así como los propios majuelos desaparecidos en
los años 50 y 60 del siglo XX por su baja rentabilidad. De ellos quedan poco
más que los recuerdos: quedan algunas cepas viejas y abandonadas de tiempos de
miseria, pero tiempos en los que los habitantes del pueblo comentaban sus cosas
en tertulias de cantina, en solanas, o en las noches serenas del estío
castellano. Tertulias que se formaban en las puertas de las casas. No tengo que
decir que en aquellos años no había en el pueblo ni un solo aparato de radio y
la televisión era un objetivo a muy largo plazo.
La tecnología (fotografía) nos permite
aproximarnos a la realidad física del entorno en el que transcurrió la historia
del matacán de los majuelos de La Gamarra al norte de Camporredondo y a pocos
cientos de metros del pueblo.
Sólo añadir que el número de
majuelos en aquel tiempo era considerablemente superior al que muestra la
fotografía. El llamado progreso fue acabando con los majuelos y las bodegas en
las que se conservaba su fruto.
Camporredondo, 24 de
julio de 2015.